Como tal vez sepan, a partir del 14 de julio entró en vigor la exigencia de visa para mexicanos que tengan la intención de viajar a Canadá. Yo llegué a Toronto desde junio, así que no me tocó el trámite, pero me sorprendió ver la indignación de muchos ante esta medida.
Sí, no está padre.
Sí, no es el modo de hacer las cosas.
Sí, puede considerarse una violación al Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Pero sí, los canadienses tienen motivos suficientes para reservarse el derecho de admisión.
Explico.
Llegué casi un mes antes de la implementación de esta medida y nunca había visitado Canadá. Esperaba encontrarme con frío, mapaches, puro güero bien amable y que toda la comida tuviera una versión sabor maple. Y desde que bajé del avión, nada fue como esperaba. La aduana fue un dolor de güevos (pasé más de dos horas en entrevistas y revisión exhaustiva de maletas), afuera hacía un calor del carajo a pesar de ser la 1 de la mañana y el aeropuerto estaba lleno de asiáticos. Poco después descubrí que no sólo era el aeropuerto, el país está infestado de chinos. Bien podría llamarse Chinadá.
Con el paso de los días, me encontré con que Toronto es definitivamente multicultural. La pesadilla (o el paraíso) para cualquier racista. Hay gente de todo el mundo, literal. Y aunque predominan los inmigrantes asiáticos e hindús, el tercer lugar podría ser para lo mexicanos.
Somos demasiados.
Esparcidos por toda la ciudad hay tortillerías, restaurantes y un sinfín de negocios con letreros fluorescentes con la leyenda "Se Habla Español". Y la gran mayoría de estos comerciantes y trabajadores, para evitar el estatus de ilegalidad, han pedido asilo político al gobierno canadiense.
Asilo de qué, no sé.
Antes del viaje, la recomendación que todo mundo me hizo después de "Llévate un suéter" fue "Pide refugio político".
Es (o más bien, era) muy fácil. Llegas contando una historia increíble sobre cómo te persigue tal partido político o el narcotráfico, o que te quieren secuestrar, o que Chabelo te amenazó de muerte por no comprar en Muebles Troncoso, y listo. El gobierno canadiense te hace residente automáticamente, con todos los beneficios que esto conlleva, además de literalmente regalarte dinero cada mes.
El problema viene cuando se empezó a correr la voz en México. Las solicitudes de asilo estaban a punto de superar la capacidad de respuesta, tanto burocrática como económica del gobierno canadiense. Según datos publicados para la justificación de la nueva medida migratoria para mexicanos, el 89% de las peticiones de asilo en los últimos años eran falsas. Ni para mentir somos buenos.
Otra vez, la ley del menor esfuerzo.
Tal vez México no sea el mejor lugar para vivir, pero tomarse el pie cuando a uno le dan la mano debe de tener consecuencias.
Ahora resulta que el gobierno mexicano debe de tomar cartas en el asunto, ¿no?
México no debe ni tiene nada que hacer con el gobierno canadiense mas que pedirle una disculpa.
Es como cuando un vecino llega enojado a cobrarte un vidrio roto, con el balón de tu hijo con sueños de futbolista en la mano.
La culpa puede ser tuya o del niño, pero el vidrio hay que pagarlo.