El mapa completo estaba en la punta de mis dedos.
Cada curva, cada relieve, cada esquina.
Conocía la ruta, la sabía de memoria. Nunca tuve que detenerme a pedir direcciones.
Trescientos besos a la izquierda. Mi izquierda.
Cerrando los ojos para ver mejor.
En el segundo lunar, una caricia al sureste.
Tocándote mientras volteo a otro lado, como los médicos.
Sacrificando la vista para dejar que las manos hagan mejor su trabajo.
Como si hubiera un espejo exactamente en el sitio al que decidí voltear para no verte.
Te reconozco. Y te vuelvo a conocer.
Cada arruga, cada poro, cada cicatriz.
Todo está ahí, en la punta de mis dedos. En la palma de mis manos.
Te siento. Y cuando no estás te sigo sintiendo.
Como quien olvida que le han amputado un brazo.
Nota: Leer en voz alta al llegar al acotamiento de la oreja oeste.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario