Cuando me devolviste aquella chamarra, tenía la ilusión de que oliera tan bien como la recordaba.
Igual que el día que la pediste prestada para salir con otro.
Igual que el día que no me quedó otra opción que quedarme con tu aroma de recuerdo.
No sabía si reír o llorar mientras la olfateaba enérgicamente, a escondidas.
Y este sentimiento no lo provocó la nostalgia ni la decepción; sólo el absurdo de tener la nariz llena de tela y la mente confundida e inocente.
Snif, snif.
viernes, 23 de octubre de 2009
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